TRUE DETECTIVE, CUARTA TEMPORADA: LA SOLEDAD DE LA NIEVE

Fotograma de la serie (Imagen tomada de internet, fuente: Zenda, revista literaria)

Hoy les voy a hablar del frío. Qué mejor fin de semana que éste, donde todos los tristes mortales nos anclamos al televisor y vemos pasar la vida y la lluvia más allá de nuestras ventanas. Yo he hecho sopa, he releído al gigantesco Luis Mateo Díaz (su trilogía de Celama es un infinito en sí mismo), y me he acordado de la cuarta temporada de la mítica serie “True detective”, sí, sí, aquella serie que nos enseñó que Matthew Maconhaugey (MC a partir de aquí) podía ser un auténtico Marlon Brando filosofando a golpe de cerveza delante de una cámara casera. También estaba el excelente Woody Harrelson, para mí uno de los actores más interesantes de los últimos treinta años, siempre divertido, atrevido, arriesgado (Quentin, para cuándo vas a repescarle). Todos recordamos su intro con esa sintonía tan americana con aroma de blues y country en el mismo vaso, el fuego, la cruz, pufff, yo nunca la pasaba.

Pero centrémonos, estamos en 2024 (aún no me acostumbro), y ahora los agentes de la serie original de Nic Pizzolatto (bueno, el testigo lo ha tomado Issa López, guionista y directora de esta temporada) son dos mujeres, Jodie Foster, la agente Danvers (como la señora Danvers de “Rebeca”, aunque ésta da más miedo), y Kalie Reis, poderosa presencia que interpreta a la agente Navarro. Haré una rápida sinopsis, no quiero aburrir y sí quiero que ustedes mismos descubran. La larga noche invernal cae sobre Ennis, Alaska. Alejados de la escasa civilización del lugar se encuentra la estación ártica Tsalal, donde trabajan seis excéntricos científicos que desaparecen de repente sin dejar rastro. He de confesar que me costó engancharme, pero hacia el capítulo tercero caí rendido. Una de las razones era lo desabrido, lo antipático que resultaba todo. Y contradicciones del ser humano, me acabé enamorando poco a poco de la borde de Jodie Foster, que parece el puto John Wayne en cualquier película de Howard Hawks, o quizás Ethan, ese centauro herido que camina por el desierto de la odisea fordiana. También de Navarro, otra auténtica mula torda, ambas disparan primero y luego se arrepienten, insultan pero nunca se disculpan (disculparse es signo de debilidad diría el duque en Río rojo). Pero es que ambas esconden en su interior una herida íntima que iremos descifrando.

De la trama tampoco voy a hablar, sí reconozco que es un cóctel explosivo de géneros y autores, el terror, la ciencia ficción, o el más oscuro policiaco. En la sombra planea hasta Stephen King, y por supuesto “La Cosa”, de John Carpenter (no destripo nada, pero esa hoguera que reúne en el fuego a Danvers y a Navarro, hará llorar de emoción a más de un fanático de la película de Carpenter). A mí personalmente me gusta mucho el refrito, aunque reconozco que a veces es un poco caótico (como yo).

Asimismo me parece fascinante la forma de introducir en el juego las creencia mágicas de los nativos, sus extraños ritos, el espíritu de la nieve que todo lo ve, para dar una atmósfera de misterio a todo lo que sucede. A Navarro, contrapartida nativa a la “blanca” Danvers, le cuesta reconocer sus raíces, la llamada de lo ancestral, por un miedo familiar, hasta ahí puedo leer. Y aparte de ese sugestivo mundo de fantasmas y de cadáveres sin embalsamar hay crítica social, algo tópica, pero oportuna. El desarrollismo contra la salud y la naturaleza, la cara oculta de la luna, la trastienda del sueño americano. Lejos del astracán de las grandes ciudades y de las luces de neón, el alcohol casero del alambique improvisado seda las voluntades y disipa el espíritu de lucha. Al fin y al cabo, la gente quiere mantener su trabajo, aunque ello suponga caminar como almas perdidas que se pudren al lado de una mina en mitad de la soledad de la nieve. Ya sé que solo se habla de la sociedad, sinceramente no he visto la peli de Bayona pero le deseo lo mejor en los oscar esta noche.

Finalmente me detendré en dos personajes. El primero el interpretado por el siempre inquietante John Hawkes (que por cierto, se marca una canción a solas con su guitarra digna del mejor western, sublime). Los aficionados le recordarán por su papel en la película indie de culto “Marta, Macy, May, Marlene”. Es el padre del joven que ayuda a la inspectora Danvers, defenestrado por un caso anterior, y que mantiene una difícil relación con su hijo. Uno de los personajes más oscuros que he visto en los últimos tiempos, casi terrorífico, pero sin acudir a la truculencia, desde la autenticidad.

El segundo personaje, es el interpretado por la irlandesa Fiona Shaw, una especia de bruja sabia, que a veces parece más un espíritu que un ser humano con sangre en la venas. Vive abstenida de la vida, quizás porque sabe demasiado de la vida, aunque no se priva de sus placeres en la soledad de su existencia hedonista y filosófica. A veces le visita un fantasma, y Navarro la frecuenta como si se tratase de un oráculo luminoso en mitad de la tempestad.

En fin, no me voy a extender más, creo que la acogida de la serie ha sido mala, tampoco he profundizado demasiado en ello. Como tampoco voy a perder mi tiempo en interpretar el sentido del final. Cada uno tiene su ombligo, vean e interpreten, sin más, pero ante todo conecten lo necesario sus mentes, déjense llevar y disfruten del camino. Esta crónica no es exhaustiva (ni lo pretendiera, que diría el gran Camarón), solo expresa mi opinión, que es tan bonita como mi ombligo, y que espero que funcione como pliego de descargo para esta historia tan heladora,tan llena de misterio y de nieve.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

Por cierto, la intro de esta temporada mola también, mucho, mucho…

MI VIDA EN LOS PARQUES (MÁLAGA,15-18 DE FEBRERO, COPA DEL REY DE BALONCESTO 2024)

Sí, sí, es el mítico Andrés Jiménez el que está al lado de Atticus (Foto de Atticus)

No me cabe la menor duda, la vida es circular. Copa del Rey de pallacanestro (me encanta esta palabra italiana), 2024, Málaga. La ciudad es un fulgor, el sol baña las almas y bruñe el mar provocando un irresistible incendio de luz. Malagueños y no malagueños hormiguean por restaurantes, bares, museos en busca de encestar el triple más espectacular. La copa bien, pero simplemente la ciudad es un espectáculo. Camino (es un decir) con mi scooter por el centro, indeciso, deslumbrado por las posibilidades de la ciudad, ansioso por exprimir su zumo lo mejor que pueda. El otro día hubo mar en el menú, La Malagueta (el mar siempre es el mar, pero esta playa me parece demasiado urbana, ventaja y desventaja a la vez), y otro día decido descansar mis posaderas en un banco del precioso y exuberante Paseo del parque. Allí me acompañan Stefan Szweig y sus ensayos, ayer los compré en el Thyssen, por tanto, la compañía es deliciosa. Hoy la diatriba es mar, o parque o museos,…, ¡qué maravilla! Callejeo y vacío mi mente, si eso es posible con tantas hormigas en el hormiguero. Es domingo, y las colas desincentivan la vida cultural. Sigo mi camino y me topo again (¡altra volta!) con mi querido Paseo del parque.

Reparo que anche oggi tengo en la mochila metido Zweig (sus textos desencantados sobre la Europa de las dos grandes guerras parecen escritos ayer), y decido volver a (no de) donde nunca me he ido, el parque (ya saben, aquello de Sísifo). Conduzco mi scooter desorientado por mi orientado sentido de la desorientación, , y voilá, sorpréndanse, me siento en el mismo banco, al lado de una fuente, mi fuente. Aquí está el relato circular, como la vida. Hay un misterio inexplicable en la recurrencia de nuestros actos. Todos, animales de costumbres, renegamos del placer de la rutina, pero hasta convertimos el viaje en rutina. El viaje es la vida, no Málaga.

Esto pretendía ser una pequeña crónica del evento copero. Lo resumiré en tres líneas. La sorpresa más dolorosa es que cayó Unicaja (justamente), e injustamente el Gran Canaria, el equipo que para mí mejor basket desplegó (¡Ay!, si ese triple sobre la bocina hubiera valido cuatro). Luego en semis las superpotencias arrasaron, y ahí estamos, Real Madrid o Barsa, Barsa o Real Madrid, that’s the question. Por cierto, faltó mi Penya, pero habrá más copas y más viajes.

Esta destartalada crónica concluirá mañana (es decir, hoy), porque hoy es domingo y luce el sol. Bueno, y también porque la guinda del pastel aún no se la ha llevado nadie. El lunes rematamos…

Pues eso, que hoy también luce el sol. Efectivamente faltaba el broche, y qué broche. Después de sendos puñetazos en la mesa, los dos colosos dejaron claro que el superclásico puede ser el mejor partido del baloncesto europeo. Real Madrid y Barsa son la metonimia de Europa a nivel baloncestístico. Pero vayamos al grano. El inicio fue catalán, con un Jabaly Parker nivel magia. El Madrid se sustentaba en el coraje y el talento del tortuga Deck, la presencia en la sombra de Jabouselle, que todo lo hizo bien, el enorme acierto de los balcánicos, Musa y Hezonja, y sobre todo tenía como faro incombustible al Facu Campazzo, que guió su rumbo en todo momento. El argentino decidió bajar de la nave nodriza y enseñarnos a nosotros, pobres mortales, en qué consiste este bello deporte. Todo el partido transcurrió a un nivel de calidad y tensión memorable. Otro asunto fue Poirier (descomunal), lástima que el MVP tuviera nome e cognome porteño. Por parte catalana, enorme partido de la mamba vasca, que se licenció con sus nuevos colores azulgrana, y el resto de compñaerosd brillaron a gran nivel, Lapro (quizás falló en momentos decisivos, pero es una gloria verle votar), Jokuvaitis (ha hecho una gran copa), Vesely o Hernangómez (a veces se le hizo de noche bajo esas ramas de roble que son los brazo de Tavares).

En fin, esto es solo la primera etapa, el principio de una gran amistad (o enemistad, no recuerdo bien), queda liga y euroliga, preparen sus cuerpos serranos para nuevos Tourmalets.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

Elijo esta canción de mis Planetas (sé que son culés, se siente), “Un buen día”, porque el sol de Málaga me la trasladó a la mente. Felicidades para este superequipo estratosférico, o galáctico o no sé qué adjetivo más (¿histórico, quizás?), solo le quedaría ganar el anillo de la NBA…

“Perfect days” (Wim Wenders, 2013), caminando entre las sombras.

Fotograma de la película (Tomado de Internet, de la revista Caiman, cuadernos de cine)

La última película de Wim Wenders, ese director de la vieja escuela, irregular y genial a partes iguales, tiene mucho de haiku. El leiv motive o haiga de ese haiku es el Komorebi (textualmente el patrón de luz que los rayos del sol filtran en las hojas de los árboles), que cada día pretende captar con su cámara de fotos, Hirayama, un solitario taciturno y algo misántropo, que camina de forma relajada por los límites de la cotidianeidad más circular.

Yo no me dedico de forma profesional al cine, pero siempre digo que me hubiera cortado un brazo por escribir (con el brazo que me quedara, a poder ser el izquierdo, ya que soy zurdo), dos guiones. Uno es el de “Centauros del desierto”, y otro el de “París, Texas”, firmado por ese tremendo outsider llamado Sam Shepard (su “Gran libro del paraíso”, es de los mejores libros de relatos que he leído en mi vida, a la altura de los de Carver). Por cierto, la voz de la que fuera su pareja, Patti Smith (otra bendita outsider), suena en el coche de Hirayama, antihéroe que puede compartir algo con el desorientado Travis, otro centauro que transita desde el desierto hasta el perdón, en una bonita travesía llena de dolor y de verdad.

Cada día, un nuevo komorebi se filtra en el cielo de Tokyo, y este sencillo y meticuloso limpiador de retretes le responde con una sonrisa. Luego, ya en el coche, nos rendimos ante su museo de cintas de cromo. Las voces de Eric Burdon, Lou Reed, la mencionada Patti Smith, Ottis Redding o Van Morrison, acompañan el viaje, y las letras nos hablan de amores perdidos, de viajes iniciáticos, de la voluntad de volver a empezar. Qué exquisito melómano es Wenders, el descubridor para el mundo de la Buenavista Social Club, el mentor de Ry, que Dios le bendiga. Los días son fotocopias, como los cielos, sacar brillo a los baños (por cierto, de una pulcritud y un diseño fabuloso, los baños nipones), almuerzo en el parque y foto (de carrete, claro, somos analógicos) al árbol amigo, tarde en el salón de baño, y visita a Morfeo previa lectura obligada. Aquí continúa el carrusel de exquisitas referencias a las que nos tiene acostumbrados el alemán. Escogemos las palmera de Faulkner, que pueblan el paisaje mental de Hirayama, y el “Once” de Patricia Highsmith (estoy deseando leerlo para distinguir miedo y ansiedad).

La cotidianeidad sacralizada, la vida no da para mucho más. En la ruta diaria pocas palabras. Cierto es que la compañía del atolondrado compañero de trabajo no ayuda (de cero a diez, encefalogramna plano). Pero el día a día no va a ser tan plano, entre medias, microhistorias y pequeños personajes, como la chica de la que está enamorado el jovenzuelo, o la sobrina del protagonista, que en pocos trazos observamos, lo idealiza. El vagabundo con un fajo de leña a su espalda, que abraza casi todos los días a un árbol y se comunica con extrañas contorsiones en los pasos de cebra (existe un poco de telepatía entre ambos, ¿será él el misterioso jugador de tres en raya?), la dueña de un local que frecuenta, intérprete ocasional de una exótica versión en japonés del “House of the rising sun”; el ex de la cantante ocasional que coincide con él en una conversación filosófica nocturna al borde del río (por cierto, hablan de las sombras), y que le pide que cuide de ella. El pillapilla de sombras que mantienen al final los dos es precioso. Como precioso es el abrazo con su hermana, en visita rescate de su hija.

No nos olvidemos de la ciudad, de la carretera. Aquí no esta Robby Muller (¡maldita parca!), pero los ojos de Wenders son los de un halcón que no se deja nada de poesía en la mochila. Como de poesía están llenos los sueños de sombra que visitan la mente de nuestro limpiador de retretes. Al final puede la elipsis, y se nos cuenta lo justo para entenderlo todo (en contra de la tendencia actual a la sobreexplicación). Y ese final, que no es final, porque mañana volverá a salir el sol y se filtrará entre las hojas de los árboles de Tokyo y de Madrid, pues es eso que Woody Allen llamaba tragedia en ya no sé qué película, es decir, la vida, esa sustancia misteriosa que se compone de comedia más tiempo.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

FALLEN LEAVES (Aki Kaurismäki , 2023)

Fotograma de la película (Fuente: El Correo vasco, tomada de internet)

No hay mucho aspavientos en las películas de Kaurismäki. En ésta, tampoco. Lo que sí hay son miradas perdidas y encontradas, rostros impertérritos que caminan entre la dulce resignación y el gesto silente. Esta vez los extraños en el paraíso son Ansa y Holappa. Ella camina indecisa entre un trabajo precario y otro, y vive sola en una pequeña casa heredada, que es su única propiedad. Aunque a veces no tiene ni para pagar la luz. La radio de la cocina, con sus partes de guerra, nos cuenta que Ucrania sigue desangrándose, y ella sentada al lado, silenciosa, puede cumplir con la imagen de la soledad de los cuadros de Hopper.

Él, más de lo mismo, pero además fuma y bebe de más. Bueno, hay un elemento más en la relación, un perro, y nostálgico yo, me acuerdo, no sé porqué, del “Umberto D” del maestro De Sica. La historia es eterna, chica conoce a chico en local nocturno. Pero, claro, la forma de contar, ese minimalismo sublimado del finlandés, es especial. Y, cómo no, su primera cita es en el cine. Verán una de Jarmusch (las primeras obras de Jim pueden compartir tantas cosas con las de Aki). Allí, en el cine, el altar de los altares, Kaurismäki repite su oda interminable en forma de hermosos carteles de películas de culto, y todos los cinéfilos de misa diaria nos regocijamos. Referencias a “Fat city”, historia de perdedores (eso me suena), “Círculo rojo”, Huston y Melville, Melville y Huston, por citar algunas. No podemos obviar esa joya romántica de Noel Coward, “Breve encuentro”, como el que mantiene estas dos almas cándidas. Entre medias, música y melancolía, mucha. Deliciosa y ecléctica la mezcla musical, otra seña de identidad. De Gardel a Tchaikovsky, pasando por canciones finlandesas, y hasta un mambo italiano con sabor a España. No se pierdan el tema de rock que tocan esas dos chicas vestidas con bata de estar por casa en el pub (ojo a la letra).

También habrá angustias, desasosiegos, desencuentros y azar, esa otra música que rige nuestras vidas casi siempre para bien. Por cierto, no sé si estaría en la cabeza del genio finlandés, pero desde el primer plano, el actor me recordó a James Stewart. Por el lado femenino, ella tiene algo de la belleza serena de Diane Weist, una de las actrices fetiche de Woody Allen, y una de mis favoritas.

Al final, la redención, y una bonita panorámica con un cielo azul y un suelo embadurnado de hojas de otoño azotadas por el viento, mientras suena de fondo el standart de jazz cantado en finlandés. Un primor.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

.

Letargo otoñal

Recuperamos en esta fría tarde de Todos los Santos, venciendo el letargo otoñal, un pequeño haiku, tan pequeño y efímero como las hojas amarillas que mueve el viento tras la ventana. Soy de los que piensan que el arte no caduca nunca. Caducan los yogures, las medicinas, hasta el amor y las hojas, pero el arte no, el arte no caduca. Yo siento el mismo globo de nostalgia en el pecho cuando leo en voz alta (a Gabo siempre hay que leerlo en voz alta) aquello de «Era inevitable, el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados…». También siento el mismo desgarro cuando Sterling Hayden le dice a Joan Crawford aquello de «Miénteme, dime que me quieres…» Nick Ray era un tipo que rodaba con un ojo mejor que otros con dos.

Bueno, que me desvío, como siempre. Resulta que el otro día no sé si oliendo las almendras amargas de una tableta de turrón caducado, o la albahaca fresca de mi último mojito del verano me acordé de este haiku que recibió el tercer premio de mi querida librería Haiku de Barcelona una más o menos lejana navidad de 2019 (lo sé, ya me vale). Y como el arte no caduca, pues aquí lo traigo, para que lo disfrutéis, queridos innisfrtitas. Una puntualización, con toda esta perorata no me quiero comparar con los genios aquí citados, Dios me libre. Solo era una forma de justificar (o no) mi negligencia perezosa.

De fondo, el precioso Nocturno compuesto por Kojun Saito para la inolvidable «Tokyo Monogatari», obra maestra de Yaujiro Ozu ( por cierto,la podéis ver íntegra por youtube), que desde luego, tampoco ha caducado…

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

EN UN CUARTO PROPIO

#Historiasdemujeres

A sus años Rosalía había descubierto el mar. Se reveló ante sus ojos como se revelan las flores en primavera, desplegando toda su belleza indescifrable, pero también su misterio. Lo primero que pensó fue “qué grande es”,y se asustó. Luego se amoldó a la cadencia hipnótica de las olas, y recordó las llamas de las hogueras del pueblo. El temblor era similar, un ir y venir constante dentro del cual se escondía una idea de eternidad. Lo que pasa, razonó, es que a la hoguera hay que alimentarla, si no se apaga. Aquello era insólito, no cesaba nunca, y ella se preguntaba sobre el misterioso motor interior que era capaz de mover esa capa azul tan inmensa e infinita como el cielo.

Rosalía es mi abuela. Tenía setenta y seis años cuando vio por primera vez el mar. Hasta ese momento sólo lo había visto en la tele, o había escuchado hablar de él en historias de indómitas excursiones por el Caribe u otras tierras exóticas narradas en la radio. No sabe leer, tampoco escribir, aunque es curiosa como la que más. Siempre se ha lamentado de no haber podido aprender, pero el huerto, las gallinas, y los demás quehaceres de la casa la alejaron de los libros. Pese a los inconvenientes es todo menos pesimista y se vale de mis ojos para escuchar narraciones y detenerse en palabras que no entiende como “Popa”, “Jarcia”, “Cabestrante”o “Astrolabio”. Y es que le fascina Julio Verne. “Veinte mil leguas de viaje submarino”, “Viaje al centro de la tierra” y “De la tierra a la luna” son sus favoritos. Yo me solazo observando sus dos ojillos vivos perderse en mares desconocidos, en latitudes que sólo existen en la imaginación del lector o del espectador.

Pero volvamos al principio. Un fresco día de julio, mi abuela me cuenta en la amplia terraza del hotel Brisas sus experiencias con el mar, y las junta irremediablemente con las historias del pueblo. Alguna vez se le va la cabeza y mezcla los recuerdos, a su marido, el abuelo, que ya no está, con el hijo muerto antes de cumplir los dieciséis,…, otras veces se le escapa una irremediable lágrima, y yo aprieto sus manos curtidas y ásperas como bellos sarmientos contra mi cara y luego beso sus mejillas sonrosadas. Tengo recuerdos confusos de mi infancia y de la casa del pueblo, como si fueran un espejismo, algo que nunca hubiera existido. Y recuerdo a las mujeres de la casa, a ella,a mi madre,a mis tías Fuencisla y Ascensión, haciendo y deshaciendo, como fantasmas que vagaban por las esquinas. Invisibles. A la sombra del marido, del hermano, al servicio de los hijos. Buenas madres, perfectas esposas, diligentes, calladas, autosuficientes y discretas, privadas del derecho de mostrar su dolor o sus quejas, siempre sumisas, hablando por lo bajito o callando, cogiendo al vuelo los conocimientos de la vida, como enfermeras de sus hijos o asistentes de parideras. Ensayando remedios ancestrales, y otras pócimas y nanas olvidadas para aliviar los dolores de los suyos. Brujas, cocineras, amantes, consejeras y confesoras, que sólo daban sin obtener nada a cambio. Que lo mismo se llenaban las manos de cal y lejía limpiando con veneración las lápidas de sus abuelos, las fachadas de sus casas o las aceras de la calle; como de sangre y vísceras, despellejando conejos y liebres en el corral. Que trabajaban en el huerto, cuidando las gallinas o recogían la aceituna en el campo. Hoy me viene a la cabeza el recuerdo del calor de sus manos ahora arrugadas,el de sus ojos seguros, como un fuego amigo, y me doy cuenta de sus renuncias, del ingrato papel que le tocó vivir y cómo salió adelante, aprendiendo sin libros, sobre la marcha, disimulando los miedos, las inseguridades, como el que da un salto al vacío sin saber si hay una red que le cobije si da un mal paso.

Hablamos mucho, y ella me da su consejo sabio. Me dice que no pierda el tiempo, que la vida es larga pero a la vez corta, como un espejismo, porque las puertas se van cerrando, y luego ya no se pueden volver a abrir. Me dice que viaje, que conozca gente, que aprenda nuevos idiomas, que tenga novios , que experimente y luego decida con el corazón sobre mi futuro, sin prisas, pero sin dormirme en los laureles. Me sorprende leer en sus palabras un mensaje incluso más liberal que el de mi madre. Y me complace mucho, porque sé que esta bella mujer opina ahora libre, emancipada ya del yugo de su vida pasada, llena de sacrificios y renuncias, de sinsabores y de trabajo. Allí, lejos de todo y de todos, de los olivos y de los alcornoques, de su vecina Francisca, tan chismosa y tan buena, de los animales y de las hortalizas, me cuenta toda su vida, y las palabras salen de su boca puras como gotas de agua que formaran parte del mar que contemplamos juntas. Allí, ella y yo, hemos encontrado quizás la mágica intimidad de ese cuarto propio del que hablaba Virginia Woolf.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

DICCIONARIO-VERBOLARIO ETIMOILÓGICO DE INNISFREE (XXVI):

«Verbolario» (foto de Atticus)

Rendimos homenaje, otra vez, como la canción de Sam, a nuestro querido Rodrigo Cortés. Todos estos años hemos sido devotos de su florido diccionario, regado a diario en la páginas de ABC. Y este año, ha llegado a nuestras manos la hermosa edición de Random house. Entre lo profano y lo divino, Cortés define el mundo con tres suertes, la audacia, el instinto y el encanto. Leemos las breves (o no tan breves) definiciones, y luego, las palabras navegan placenteramente en miriadas de nanosegundos dentro de nuestras cabezas bautizadas o no bautizadas. Hoy, los señores de la academia etimoilógica hermanan su diccionario con el verbolario, y proponen un variado cóctel de términos, con el que desean feliz año 2023 (un poco tarde), a los innisfritas y a los no innisfritas. Esperemos que sea un año en el que podamos seguir jugando y divirtiéndonos.

Añicos. Pizcas que quedan al final de las bolsas de gusanitos.

Dato. Tendente a la manipulación o al cambio. // 2. Mar de incertidumbre.

Guantes. Prenda que viste y abriga las manos,inventada para perderse en los vagones del metro.

Gusano. Aspirante a mariposa.//2. Actor secundario.

Ladrido. Onomatopeya.//2. Ladrillo que se precipita al vacío y se hace añicos.

Mayordomo. Con olor a culpable.//2. Obrero con corbata y esmoquin.//3. Pingüino.

Nube. Concentración de azúcar alojada en el cielo que se convierte en lluvia, y luego se derrama en el mar, endulzándolo.

Paraguas. Artículo inventado por la sabia civilización etrusca para perderse en los abismos de los paragueros.//2. Profiláctico contra la lluvia.//3. Repelente empleado por los agnósticos para evitar el agua bendita, sobre todo los domingos.

Piscina. Refresco de cola en mitad del desierto.

Polític@. Señor@, con o sin corbata, que sabe que puede morir en el próximo debate.//2.Boxeador@.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

“Una vieja de Madrid con un sombrero-paraguas de papel de arroz y caña de bambú…”, a quien se le ocurra un arranque de canción más original y delicioso, que lo diga. La voz del maestro Battiato puede ser un buen acompañamiento para la lectura de estos términos (si prefieren un Gin tonic, adelante). Comienzo el año buscando mi centro de gravedad permanente (como todos), y en la búsqueda, hasta he dejado el yoga y la homeopatía, me basta con la voz de Battiato, ¡VIVA FRANCO!…

DICCIONARIO ETIMOILÓGICO DE INNISFREE (XXV): A VUELTAS CON VALLE Y WAGNER

El que no lee corre el riesgo de perderse el final

Don Ramón María Del Valle- Inclán (Fuente: El País)

“Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas que obran en él se compensan destruyéndose mutuamente”. Así define nuestro florido diccionario el término “Equilibrio”. No creen que hay que frecuentarlo de vez en cuando para que se nos revelen joyas como éstas. Lo primero en lo que pensé cuando leí aquello de las “fuerzas encontradas” fue en el mundo de la pareja. Puede ser que la pareja sea eso, un equilibrio, a veces muy fino, entre fuerzas encontradas. Todos hemos pensado y manifestado alguna vez “con lo distintos que son, cómo podrán aguantarse…”, pues quizás, porque caminamos por la vida como equilibristas (sin destruirnos mutuamente, cuidao). Dejo de divagar, que he venido a hablar de otras cosas…

Leí hace mucho tiempo (o eso creo, quizás lo soñara) que Don Ramón María del Valle-Inclán ,ese cínico romántico emboscado tras una poblada barba, se solazaba con la lectura del Código Civil, magna norma decimonónica, que aún subsiste, con algún que otro razonable retoque impuesto por los tiempos. Vamos, que tiene dos siglos. El egregio gallego lo leía como si se tratara de poesía. Puedo dar fe, aunque no soy un apasionado del derecho, estudié leyes, y me gustaba tirarme las horas muertas leyendo el Código civil, con sus usucapiones, sus finados, el paterfamilias, las curatelas, y demás jerga preciosista. Estoy seguro de que aprendí literatura de su lectura, de su lógica bella y precisa, ya que más que una norma era una fuente de conocimiento y de estética. Y quiero referirme a ella para cerrar la boca de aquellos ignorantes que rechazan una norma “por su edad”, y ya me desarmo con aquellos que desprecian leyes elaboradas durante el Franquismo, en base a un prejuicio estrictamente temporal. Cómo se suele decir, no hay que confundir el culo con las témporas. Pongamos por caso la “Ley de Expropiación forzosa” del lejano año 1955, ley de una precisión jurídica admirable, y que mutatis mutandi sigue aplicándose a día de hoy con alguna que otra modificación. Hablo desde la experiencia profesional de aplicarla. Esta ley “de época franquista” (tanto da que da lo mismo, si cumple su función técnica), nada tiene que ver con los cada vez más farragosos entramados jurídicos con los que nos obsequian los legisladores actuales. Para muestras, dos botones: La Constitución Europea, vestida bajo el sarcasmo democrático del voto de los europeos (poco vale el voto, si no se entiende ni J), y el horror que es la última Ley de contratos con la Administración pública.

Y ahora entro en el punto dos. En esta peligrosa época del “Ellos y ellas”, “La ley de la persona que consume”, “El Delegado o la Delegada”,…, nuestro ilustre manco se hubiera cortado el otro brazo para no escribir bajo estos parámetros aburridos y radicales de género que atentan contra el ritmo, la autenticidad, la gracia, y aún la estética del lenguaje escrito, de la literatura. Está bien, y yo lo apoyo, que se eliminen ciertos significados vejatorios de algunas palabras, y sí, esto se debe corregir, pero como decía en una reciente entrevista el beligerante Pérez-Reverte, una “putada” es una putada, y no hay manera más precisa de describirlo. Ahora hablo yo,no afecten, por favor, a mi libertad para escribir como me dé la real gana, sin ofender a nadie, salvo a esa tribu de fanáticos/as, que aunque crean estar vestidos/as de progresismo, lo están del más rancio puritanismo biempensante. Yo seguiré llamando a lo que me estime que es un rollo macabeo “coñazo”, y si me quieren meter en la cárcel catódica que lo hagan, será una putada muy grande, la verdad.

Bueno, que se calienta la pluma y no acabo. Con todo, quiero decir, y así concluyo, que en estos tiempos en que no sólo no se sabe escribir, sino que tampoco se sabe hablar, es una necesidad, no un lujo, cuidar las normas y las formas, sublimar la estética, y no perderse en debates sexistas que desvían la atención y perjudican a la creatividad más pura y desprejuiciada. Qué le hemos hecho nosotros, humildes escribas, a la señora Montero. Es un yugo insufrible el acordarse del “los, las”, y darle a todo una perspectiva cansina y aburrida de género, hasta cuando miras a las musarañas tendido en el diván. Los académicos de la imaginaria academia de Innisfree les recomiendan que lean, pero que lo hagan sin prejuicios ni vergüenza, con la libertad que otorga la intuición y la sensibilidad hacia el mundo que les rodea y hacia sus semejantes. Y que lo hagan en libros, no en móviles, twitter, tablets y demás imaginería agresiva. No perviertan el Edeń de la palabra escrita, y corran a las bibliotecas y a las librerías a cazar a esos pájaros de papel que son los libros, que nos permiten viajar más allá de aburridos adoctrinamientos. Con suerte darán con su “equilibro”, aquel libro que colme todas sus ansias, que les lleve a la luna sin necesidad de billete. El mío podría ser “Pedro Páramo”, o quizás el “Pascual Duarte”, no sé, mañana serán otros. No me demoro más, y les dejó aquí la ultima cosecha de nuestro diccionario. Espero no haberles aburrido demasiado…

– Canelunes: Canelones cocinados con las sobras del fin de semana.

– Equilibro: Dos acepciones: 1. Libro usado para calzar una mesa coja.

2. Libro de nuestros amores, que provoca en su lector el equilibro de las energías de su cuerpo.

– Malvenir: Porvenir malo. Conjunto de acontecimientos de mal augurio que esperamos que sucedan en nuestro futuro.

– Migraraña: Araña que se agarra a la cabeza y no deja pensar.

– Niñificar: Volver a convertir en niños a adultos insufribles por medio de una sofisticada máquina adulticida.

– Nubarroca: Nube muy recargada.

– Osedio: Asedio provocado por osos.

– Pajar(h)oja: Pájaro que se mimetiza en hoja al llegar el otoño.

– Pelo: Anhelo de un calvo.

– Wagnerias: Partículas cargadas de electricidad que inundan una habitación después de escuchar música de Wagner.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

Hoy nos ponemos las gafas de pasta y traemos el precioso preludio de “Tristán e Isolda”, para que todo se llene de burbujeantes Wagnerias. Al genio judío le entraban ganas de invadir Polonia cuando escuchaba a Wagner, a mí me dan ganas de abrazar a un árbol…

Ulises

#HistoriasdeAnimales

—¿Diga?

—Soy Rose.

—Te dije que no me llamaras, ¿qué tripa se te ha roto?

—Es que se ha escapado.

—¿Que se ha escapado?…,¡quién puñetas se ha escapado! Son las cuatro de la mañana, a esta hora no se escapa nadie.

—El gato, nuestro gato se ha escapado.

—Estará preñando a alguna desgraciada, si lo hubieras castrado, cualquier día se muere de sífilis, o peor aún, se le cae el pito a cachos.

—(Entre risas) No digas eso, es mi única compañía.

—Bueno, también está Jack&Daniels.

—Eres un gilipollas.

—Sí, soy un gilipollas por cogerte el teléfono.

—Te echo de menos, cabrón.

Silencio prolongado, incómodo. Se puede escuchar el sonido de la lluvia contra las ventanas.

—Me estuve tocando, sabes.

Se repite el silencio.

—Pensar que este coñito pelón podía ser sólo tuyo.

—Qué esperas, que se me empalme, estás loca, joder.

—Sí, loca por ti, cabronazo,…, umm, me encantaría metérmela entera en la boca, hasta la garganta…

—Stop, por favor, no quiero volver a pasar por esto, un beso de buenas noches y hasta siem…

—No, por favor, Billy, escúchame…

Billy no cuelga por milésimas de segundo.

—No te das cuenta de que estás perdida, necesitas ayuda, si ni siquiera puedes hacerte cargo de Billy.

Rose llora. Tiene el rimmel corrido y los ojos como dos farolas.

—Lo sé, lo sé, Billy, necesito tiempo, rutina y todas esas mierdas, pero sobre todo te necesito a ti.

—Debes serenarte, así no consigues nada, duerme la mona, consigue trabajo, yo que sé, así no puedo vivir, vivir contigo es no vivir, prefiero mi celibato actual.

—Dime, dónde está Billy.

—Sabes que está con mi madre, por favor, deja de darme coba, y sobre todo no montes el numerito de las lágrimas y los besos si decides visitarle, sería lo peor para él, piensa en alguien que no seas tú alguna vez.

Rose sigue llorando, intenta reprimirlo sin éxito. Afuera llueve con fuerza.

—Bueno, ya está, ¿para eso me tenías que llamar a las cuatro de la mañana?

—¡Eres un hijo de puta sin alma!

Tira el auricular contra la pared, y solloza tapándose la cara con las manos. De la comisura de su boca desciende perlado un hilillo tembloroso de baba. Billy cuelga al oír el estrépito, su cara es de cansancio. Mira el reloj y vuelve a acostarse, luego se arropa y cierra los ojos. Entretanto algo ocurre en la ventana de la habitación de Rose. Un gato orondo con cara satisfecha cruza el umbral. Está empapado, y va dejando un rastro de humedad. Camina en dirección al regazo de Rose, que no para de llorar. Ulises ha vuelto.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

La Buena Muerte

Ahogado en la laguna, aparece el cuerpo de un anciano. Lo rescatan los patrulleros. Tras aplicarle el boca a boca y practicarle un masaje cardíaco, sus pulmones expulsan en un sublime estertor el agua que les sobra, y vuelve milagrosamente a la vida. No se sabe si ha perdido la memoria o no quiere saber nada de la condición humana, el caso es que le explica a la trabajadora social que quiere que le devuelvan al agua, se siente como un pez y desea seguir flotando en paz el resto de su muerte.

Jorge Fernández-Bermejo Rodríguez

Hoy llega a Innisfree, con evidente retraso este relato, finalista semanal en los «relatos en cadena» de abril, del programa «La Ventana» de La Ser. En el minuto 35 de este audio, por primera vez, la enigmática y siempre entusiasta voz de Atticus…

https://play.cadenaser.com/audio/cadenaser_laventana_20220411_180000_190000/?ssm=whatsapp